martes, 27 de octubre de 2009

La Revolución de los Restauradores

Luego de su primer período de gobierno, finalizado en 1832, Juan Manuel de Rosas se retira a la campaña de la provincia, y se ocupa por entero a la campaña del desierto.El ambiente de la ciudad en que había imperado el orden y la justicia, en especial en las clases bajas, empezó a agitarse, hasta desembocar en lo que se llamó la “Revolución de los Restauradores”, iniciada del 11 de octubre de 1833.Fue un movimiento típico del pueblo. No fue una revuelta inspirada ni dirigida por Rosas, ni se destinó a que éste se instalara en el poder, como hacían los unitarios, sino en la restauración de las instituciones, desnaturalizadas durante la gobernación del general Juan Ramón Balcarce, que lo había sucedido, apoyado en los tibios o “lomos negros” y estimulando la actividad de los “cismáticos”. La atmósfera caldeada explotó el 11 de octubre de 1833. El pueblo salió a las calles reclamando el restablecimiento del orden. Se le sumó la policía y el coronel Agustín de Pinedo, jefe de un regimiento de la ciudad.Rosas con su ejército del Colorado, no se movió ni participó en los acontecimientos, pero el pueblo permaneció en asedio esperando un cambio que diera satisfacción a sus demandas. El gobierno, dispuesto a resistir, incitó a los ciudadanos a presentarse a los cuarteles, pero se presentaron “solamente dos”. Balcarce lanzó una proclama el 1° de diciembre con el consabido argumento unitario de que los sediciosos se proponían el saqueo de la ciudad, y luego de la proclama pensó que era el momento de convocar al pueblo a presentarse en la Fortaleza; no se presentó nadie. Los “doctores unitarios”, hábiles en palabras, también lo eran para escurrirle el bulto a los peligros.Doña encarnación Escurra le comentaba a Rosas: “Los hombres de frac, los decentes, excitan a la lucha sin tomar parte en ella”. El 3 de noviembre la Junta de Representantes resolvió dar por terminadas las funciones del general Balcarce y al día siguiente eligió para el cargo al general Juan José Viamonte. El 7 de noviembre entraron en la ciudad las fuerzas populares que habían consumado una revolución sin que se practicara un solo acto de violencia o saqueo, según testimonios de la época La presencia del pueblo determinó la huida de los “cismáticos” y “lomos negros”, y no lesionó la autoridad y atributos de la Junta de Representantes que continuó en el ejercicio de sus funciones y dio realce a la firmeza de los humildes.

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